El filósofo escocés David Hume escribió: "la costumbre constituye la guía fundamental de la vida humana". Efectivamente, el conocimiento de las costumbres supone una guía importante para comprender el alma de un país y de sus gentes.
Una de las festividades tradicionales más típicamente búlgaras es la celebración de la llegada del mes de Marzo (Baba Marta: la anciana o abuela Marta) con el intercambio fraternal de lo que llama “mártenitza”: figuritas de hilos blancos y rojos entrelazados, que hoy en día pueden convertirse en auténticas obras de artesanía y llevar diferentes adornos con estricto significado de carácter dualista, relacionado con los ancestrales cultos solares. De hecho, la simbología que esconden las figuritas blanca y encarnada (sinónimo de morada en la antigüedad) “atadas” mediante un lazo de unión firme es prácticamente idéntico al conocido símbolo dual: Yin-Yang.
El nombre actual del mes de marzo – Marta – proviene, al igual que en los idiomas romances, del nombre latino Martius (de Marte), aunque antaño su nombre se derivaba de abedúl: el árbol que anunciaba con el temprano brote de sus hojas y su savia, la llegada de la primavera y, quizás, también la claridad diurna que iba en aumento.
Los rituales folklóricos relacionados con esta festividad que perviven en la memoria nacional búlgara están relacionados, sin duda, con la ancestral celebración de la llegada del Año Nuevo y la despedida del viejo que trasluce en el significado de algunos de ellos, como el madrugar de las doncellas al alba para asegurar su vitalidad a lo largo de todo el año que sigue la lógica de “empezar con buen pie” para terminarlo “con bien" igualmente: se dice que ello evita que Baba Marta les mee en los ojos y que se presente alegre y feliz por la bienvenida que le han hecho, cosa que aseguraba buen tiempo a lo largo de todo su dominio que, por lo demás, suele caracterizarse por la inestabilidad climática, razón por la que se solía practicar cierto tipo de adivinación, escogiendo un día del mes para conocer los augurios personales para el año entrante. Tampoco era aconsejable cortarse el pelo justo en este tiempo, para no quedarse “corto” de entendimiento.
Cuenta la leyenda más conocida sobre el origen de esta tradición que fue la Mártenitza el mensaje de salud y bienestar que intercambiaron el khan (can) Asparuh (que formó la Bulgaria balcánica) y su querida hermana, cuando él tuvo que partir con parte de su pueblo desde las lejanas montañas tibetanas en busca de nuevos territorios, obligado por el avance de los jázaros. Después de su largo camino atravesó el Danubio y acampó en tierras habitadas por los eslavos que le recibieron amistosamente con ricos manjares y los exuberantes frutos de su bendita tierra. Pero el corazón del joven khan lloraba por la añoranza de su tierra natal y su familia, y su lamento se levantó hasta el sol que, consternado, hizo descender a su hombro una veloz golondrina (paloma o halcón en otras versiones) que le habló con voz humana y él le confió su pena. Emprendió ella el camino de vuelta a las tierras de su padre Kubrat y al llegar allí dio el mensaje de la creación de su nuevo estado a su querida hermana (Calina) y familiares. En señal de su alegría le hizo ella un verde ramito (de sagrado eneldo) envuelto en lana blanca con nudos que cifraron su mensaje, así como era la costumbre entre los búlgaros, y lo mandó de vuelta con la misma golondrina. En pocos días llevó el pájaro el mensaje a Isperih, pero tuvo que pagar su rápido y abnegado vuelo con una herida en sus alas que encarnó de sangre la blanca lana. Al descifrar el khan el mensaje de su hermana y percatarse de la fidelidad de su mensajera celestial, guardó la ramita adornada con la lana blanca y encarnada cerca de su corazón y mandó a todo su pueblo que hiciera lo mismo, en conmemoración de este día, de generación en generación ...
La mañana del día 1 de marzo se prende una gran hoguera con mucho humo delante de cada casa. Más tarde se salta por encima de ella hasta tres veces, para purificarse de todo mal y enfermedades. Las amas de las casas sacan sus alfombras, manteles y tejidos de color carmesí con los que cubren los árboles de su huerto y, acto seguido, adornan los pechos de cada uno de los suyos con la mártenitza.
Los cristianos cuentan que antaño, cuando la gente todavía vivía radiante y feliz, solía vestir en este día ropajes blancos. En una mañana de 1 de marzo del mismo año del nacimiento de Jesús, La Virgen María vestida de blanco había cortado un trozo de su túnica, delante del hogar paterno y la había encarnado en su sangre virginal para adornar con ella su pecho y recibir así los primeros rayos del sol para anunciar al mundo la bendición que les esperaba… Y, así, había nacido el Señor Jesucristo, cosustancial con el Dios Padre, encarnado por el Espíritu Santo y la Virgen María, Su Madre Santa. Desde entonces la llamaron “mártenitza” y con ella conmemoran los piadosos búlgaros y todas sus casas esta gran bendición que les fue anunciada…
Se trata de una especie de amuleto que tiene poderes mágicos y asegura fertilidad, salud y felicidad a los que lo llevan. Los pequeños de la casa adornan con ellas su brazo derecho, el pecho o el cuello y las doncellas pueden llevarlas en el pelo. Los varones, en cambio, las atan por encima del codo o tobillo izquierdo o las esconden debajo del talón del mismo lado, no vaya a ser que “les fuera atada la hombría”. Se ponen también al ganado y los árboles frutales para asegurar un año de prosperidad. En la tradicional mártenitza se entrelazan monedas, dientes de ajo seco, cuentas de color azul, anillos, cerdas de cola de caballo, conchas, etc.
Suelen llevarse hasta ver la primera golondrina, cigüeña o árbol en flor que anuncien la llegada de la primavera y entonces se atan en las ramas de un árbol con las palabras: “llévate mi oscuro y malo invierno y tráeme el claro y bendito verano” . Aunque se celebre también en Rumania, Moldovia y, antiguamente, en Macedonia, hay que reconocer también la presencia de importantes comunidades de origen búlgaro allí.
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