lunes, noviembre 08, 2021

EL RECUERDO DE UN SUEÑO POR DANILA STOYÁNOVA


Danila Stoyánova (Sofía, 1961 - París, 1984) pertenece a esa nómina de autores precoces que, como Rimbaud, Corazzini, Sylvia Plath o Félix Francisco Casanova, dejaron para la posteridad, pese a la brevedad de su trabajo, una trascendental obra poética. Recuerdo de un sueño (título original de este conjunto de poemas que no se publicaron hasta seis años después de su fallecimiento a causa de una precoz leucemia. Su trabajo ha obtenido un importante reconocimiento dentro y fuera de sus fronteras.


Recuerdo de un sueño aglutina los poemas que la autora escribió desde los trece a los veintitrés años, momento en que fallece. La joven poeta mantiene la constante fundamental de usar los elementos de la naturaleza para hablar de sus estados de ánimo o pensamientos donde contempla, reflexiona y lanza sus interrogantes al universo. Un lugar que, en ocasiones, se reduce a lo más íntimo de sí misma: Desde mi rostro / como a través de un marco de un cuadro / los ojos miran el mundo. La personificación de estos fenómenos le sirve para trazar sus miedos y agitaciones: El sol está inquieto / el viento, enfermo / la luna, muerta / el río / ebrio / solo / porque alguien / falta.


En los últimos años, los poemas, además de ganar longitud e intensidad, como el que da título al libro, giran hacia el sujeto y ahora son los elementos los que actúan sobre él: el cerebro / me duele / por tantas cosas / que no entiendo / en mi cerebro nieva. Porque, aunque es cierto, como se ha dicho, que su poesía muestra una sosegada tristeza poética, el sufrimiento que atraviesa estos años se deja vislumbrar cuando dice, en un poema de 1983 (fecha cercana a su muerte): El tiempo no avanza / y sin embargo existe / y yo misma / me desgasto contra él / moviéndome. Y sentencia: Y dejé de habitar el mundo / y el mundo dejó de habitarme.


Todos somos un humano color. Una mezcla de rojos, blancos, verdes, negros y azules sin sentido. Una gama de contrastes demasiado amplia como para llegar a la lógica completa de nuestras ideas. No hay una armonía ni una agonía real en nosotros. Somos un todo. Y de esa mezcla de incongruencia, catástrofe e inquietud nace la obsesión de Stoyánova por la vida y la muerte. La incertidumbre que nos lleva a tenerle miedo a ambas llega a Recuerdo de un sueño. Nunca sabremos el orden exacto de las cosas. Y si llegamos a saberlo nos faltará mucha fuerza para entenderlas.


La naturaleza adquiere ese papel de soporte y Stoyánova le carga el peso de todos los problemas. La vida es suya. Nosotros, intentando huir, solo acabamos sucumbiendo a ella. Estamos tumbados en un prado o bañándonos en el mar. Terminamos por conocer el agua en varios de sus estados y reconociéndola en todas partes: lluvia, mar, hielo y lágrimas. Las personas somos muerte, la naturaleza vida.


Huele a lluvia.
¡Qué olor, Dios mío, la lluvia!
El viento trae consigo sensación de lluvia.
Primavera desenfrenada


La lluvia es deseada, querida y percibida. Viva y hacedora de vida a pesar de que a veces es inoportuna, seca e indescifrable. Cae desesperada del cielo para morir mezclándose y enseñarnos lo que es la pérdida. Para Stoyánova ahí se encuentra los motivos. Observa como deja de ser gota para ser mar representando ese miedo a que todo llegue. A que las nubes descarguen y mojen. Pero tiene presente que nosotros somos un sinsentido y obviamos que las gotas antes eran mar. Nacen donde mueren. Repiten un proceso constantemente de caer y ascender. Viven siempre y eso es lo que quería ella, vivir siempre. Aunque eso conlleve temer que el muerto estuviera vivo.


Se despierte en la tumba
y perciba que se encuentra bajo tierra
por la brisa estival,
que sopla las grandes gotas amarillas


Y una vez allí ¿puedes oír la conversación del cuarto de al lado? ¿Podrán los no muertos escuchar a los demás? Como en pisos de VPO o habitaciones en casas de estudiantes en los que el de arriba tiene la tele muy alta, el de abajo ronca, los de al lado gritan y tú no puedes parar de escucharlo todo por mucho que intentes aislarte. ¿Será eso morirse para los que creen en la vida eterna más allá de la parte de ti que dejas en las cosas? Sinceramente, prefiero seguir vivo en un libro como Danila. Porque allí abajo el tiempo no avanza, y sin embargo existe.


Por eso profetiza sobre su poder de igualar la muerte con la vida y la imposibilidad de celebrarse su funeral. Sentirse eterna en lo que escribe le hace ser consciente de que los sentidos permanecen siempre vivos. Sus átomos salieron volando demasiado pronto pero no va a dejar de contárnoslo porque dejó de estar en un solo sitio para estar en un solo libro.


Narra ese sinsentido. Su enfermedad. Escribe para su padre y sobre él. Mira arriba y abajo. A los vivos y a los muertos como a la lluvia y al mar mientras camina sobre le hielo. El estado del agua que iguala la muerte con la vida y habla en ambos. El hielo no es nada, aparta tus manos del hielo. Solo ella puede tocarlo. Algo que de frío quema no es de fiar. Ayuda a esconderse a lo líquido para morir haciéndote caer, pero existe y tenemos que tenerlo en cuenta. La nada también da miedo.


Nosotros somos el rebaño corriendo descompensado. Destrozando graneros, ensuciando bosques y perdiéndonos por el camino. Vemos la cruz y no recordamos que fue tronco. Nosotros creamos la cruz porque no teníamos con lo que luchar contra la nada. Creímos en lo simbólico temiendo lo verdadero. Alguno sigue en eso. Yo prefiero apretar los labios y la mandíbula hasta que me duelan, retener el aliento para consumirlo a mi manera.


¡En memoria!, de lo no iniciado y de lo imposible,
del origen pretérito de la memoria


Danila Stoyánova es consciente de que todo se acelera como lo hace el ritmo de los poemas en Recuerdo de un sueño. A medida que avanza el tiempo y aparece la enfermedad se da cuenta de que no hay tiempo para lo terrenal y lo quiere aprovechar hasta que llegue el final. A veces desiste, se permite no querer nada y escribe como si ya estuviera muerta. Se autoimpone un exilio del que no siempre disfruta. Juega con esa dualidad constante con recursos en los que moscas y palomas se transforman. Ahí llega su otra forma, el llanto con el que se proclama profeta y mesías. En el que las gotas ya son saladas como preparadas para ser mar, pero no pueden volver a su origen. 






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