En esta fiesta, que celebra a San Enyo, es decir, a San Juan Bautista, se dan cita numerosos
elementos de religiosidad no cristiana, con trasfondo sin duda pagano, y ecos
evidentes de cultos al sol, a las estrellas, a las aguas.
El día de la fiesta, muy de
madrugada, eran recogidas hierbas medicinales en los prados altos. Las hierbas
recogidas habían de ser setenta y siete, porque se creía que las enfermedades
suman, en total, la cantidad de setenta
y siete y media, y que el hombre había de protegerse de manera muy especial de
aquella «media» enfermedad, porque para ella no existía ninguna forma de cura.
La hierba más difícil de encontrar era la media hierba curativa, porque nadie, excepto
los curanderos más expertos, la conocían.
Se trenzaba una enorme corona con
el mayor número posible de hierbas curativas, y todo el mundo pasaba por debajo
de ella. A continuación era colocada en el portón de las casas. Aquel día, de
madrugada, todo el mundo había de poner todo su empeño en lavarse
vigorosamente, para no enfermar y para que el pelo se conservase sano y
reluciente. Y pronunciaban este conjuro:
¡Rocía, rocía, rocío,
que fluya el agua,
que mamá me lave,
que abuela me seque,
que me crezca el cabello largo,
hasta el suelo!
El ritual de la Ényova Bulka, es decir, de «La Novia de Enyo», era especialmente
interesante: participaban en él solo las mozas jóvenes. El día de la víspera,
es decir, en la noche del 23 al 24 de junio, hacían ramilletes de todo tipo de
plantas y de flores, y los depositaban en un caldero lleno de agua bendita, que
dejaban al sereno en el jardín durante toda la noche, para que las estrellas
pudieran ver el agua.
A la mañana siguiente vestían a
una niña pequeña, de unos siete u ocho años, y que debía tener los padres
vivos, al modo de las novias. La más fuerte de las mozas la llevaba sobre sus
hombros, y con ella se paseaban todas las muchachas por el pueblo. Todo el
mundo hacía, a la novia de Enyo,
preguntas a propósito de cómo serían el tiempo y la cosecha del año. Se
hallaban convencidos de que tales predicciones se cumplirían.
Regresaban después al punto del
que había partido el cortejo, cubrían los ojos de la novia con un pañuelo rojo,
le hacían entrega del caldero, y ella iba sacando un ramillete tras otro,
augurando a cada moza con qué mozo se habría de casar, y si sería pronto. Todo
el mundo creía que ese día era especialmente propicio para tales suertes adivinatorias.
Si la niña decía «caballo monta, halcón porta», eso
significaba que el novio sería rico; si decía «agua tranquila bajo una piedra», que sería una persona serena y
benévola; si decía «malva, que por encima de la tapia te mira», significaba que
sería un vecino; si decía «vaso que nada en el mar», significaba que sería un
borracho; si decía «medio plato, que de la pared cuelga», ello quería decir que
sería un viudo; si decía «vino tinto, vaso
de cristal», que sería un tabernero; si decía «chispas vuelan en la chimenea», significaba que sería un herrero;
si decía: «calzones mojados cuelgan de la pared», que sería pescador; si decía
«un palo de oro por el pueblo se pasea», que sería alcalde; si decía «membrillo amarillo y muy maduro», significaba
que se casaría con un solterón.
Se pensaba, también, que aquel
día las hierbas poseían una fuerza mágica especial, porque concentraban en
ellas todo el poder del sol, que, a partir de ese día, en que llega a su cenit
de luz y de calor, cambiaría ya de signo. La creencia común decía que, el día
de su fiesta, San Enyo se vestía con
nueve abrigos de piel, y que marchaba a
pedir a Dios que fuera preparando el camino para el invierno.
El día de San Enyo, el Ényovden, es
el último día en que las mozas hacían el tipo de reunión que recibía el nombre de
sedyanka. Los ritos y las prácticas
que juntas realizaban se creía que propiciarían y que protegerían la cosecha,
asegurarían la salud de todos, y harían que aumentase el nacimiento de niños en
el pueblo.
Texto:
Rositsa Yósifova
Avrámova y José Manuel Pedrosa
COSTUMBRES Y FIESTAS DEL
PUEBLO BÚLGARO
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